Seré breve, lo prometo. Mientras escribo, entra el sol, es un plácido domingo de noviembre. Ni frío ni calor, y casi toda la gente que quiero está bien. Pero el horror no anda lejos. Las noticias, las redes, amigos y compañeros han sido testigos de su sombra. Decimos “qué horror” cuando algo nos rompe los esquemas, cuando algo nos duele sin saber muy bien cómo encajarlo. Nos horrorizamos.
Hoy estoy bien. Y cuando se está bien, como hoy, es difícil replantearse las prioridades. Cuesta salir de ese bienestar y trasladarse a otras realidades para actuar. "Tomar acción", esa expresión —seguramente mal traducida del inglés— que sugiere salir de la cama, del letargo, para hacer algo diferente.
No tengo una historia heroica que contar, solo quiero recordar, contigo, dos momentos recientes que me cambiaron. El primero, y creo que el de mayor impacto, fue un accidente de tráfico, del que, por suerte, salí ileso. Todavía recuerdo el sonido, el coche a toda velocidad hacia mi ventana, el silencio, y luego, los gritos y la angustia. Salí del coche caminando, bueno, todos salimos caminando. Y en la primera bocanada de aire, sentí que estaba vivo. Cada tanto vuelvo a ese momento, a esa primera bocanada de aire, para recordarme que sigo vivo, y que, aunque los problemas me atormenten o me roben el sueño, todo acaba. Porque todo pasa.
El segundo momento es una ruptura, no solo de una relación, sino de un proyecto en común, de algo que creía asentado. Cuando pensamos que una parte de la vida está “resuelta”, como si ya nos permitiese centrarnos en otras cosas y disfrutar de lo que viene, ocurre algo que nos rompe y nos toca empezar de cero. Duele porque todo lo que importa, si no duele, es porque realmente no lo querías, ni lo peleaste, ni lo viviste. Todo aquello a lo que le das atención, cariño e ilusión, dolerá cuando ya no esté.
Ahora, hablando de catarsis, me traslado, en mente, a Valencia. El horror está cerca, en muchos de sus pueblos. Para mí, Valencia siempre fue un lugar de recuerdos tranquilos, una tierra que, incluso, me cobijó unos años. Hoy, vive en la angustia de no saber qué pasará. Hoy, soy solo un espectador de este horror. Volviendo atrás, en esos meses, en los que intentaba rediseñarme, llegó a mí el libro De vidas ajenas de Emmanuel Carrère. Es un libro sobre el horror, sobre un paraíso transformado en lodazal y muerte. Nunca imaginé que viviría algo así tan cerca. Porque no es lo mismo leerlo o verlo en otros países, que, tenerlo tan cerca que podría ser tu pueblo, tu casa.
Podrías ser tú.
Este abismo, este horror que nos enfrenta, tiene que servir para algo. Quiero creer que puede ayudarnos a rediseñar nuestras prioridades. Cuando no me apetezca salir de la cama, pienso levantarme, porque no podemos esperar a cambiar las cosas solo cuando estamos rotos. No solo por nosotros, sino por quienes lo están de verdad ahora y, aun con la energía desgastada, deciden levantarse para reconstruir sus casas, su vida. Cuando tenga pereza de ir a votar, saldré. Cuando haya que manifestarse, dejaré lo que esté haciendo para unirme. Cuando no me apetezca llamar a mis padres, porque por suerte siguen aquí, los llamaré. Tener el horror tan cerca, al menos a mí, me hace ver el fondo, aunque el agua esté revuelta, el fondo de las cosas que importan.
Mucha fuerza a quienes están viviendo este horror de cerca. Todo pasa, lo bueno y lo malo. El barro se irá, pero quedarán las marcas de todo lo que duele y dolerá. Usemos ese dolor, porque creo, firmemente, que si no duele, no importa. Que sea un motor para cambiar lo que se pueda. Para vivir con más presencia, honrar a los que tenemos y recordar a los que ya no están.
Fuerza para el pueblo de Valencia.
Qué penetrante tu texto Danny. Gracias por escribirlo! ❤️🩹