Sí, le he cambiado el nombre a la newsletter. ¿Por qué? Esto empezó como cartas que me hubiera gustado recibir como (posible) fundador de una empresa. Pero algo ha cambiado. Ahora siento que aquí —en esta newsletter— va la experiencia de alguien que nunca pensó que iba a construir tres empresas, vender una, comprar otras dos, y acabar hoy escribiendo un libro para ti. “Crear y Crecer”: así se va a titular el libro y, por ahora, también esta newsletter. Me siento algo culpable; mientras escribo esto, me doy cuenta de que esta semana he avanzado poco o nada con el libro. Mi editor siempre me recuerda que hay que pasárselo bien en el proceso. La semana pasada no tuve tiempo, pero sí cabeza para avanzar. Date tregua; yo, cada vez, me siento menos culpable por no hacer el sinfín de cosas que quiero hacer. Es una carrera de fondo, no un sprint.
Tú, que me lees, también has cambiado. Ya no solo me leen diseñadores o managers, sino personas curiosas. Personas que no tienen por qué emprender, pero que sí pueden y quieren crear, lanzar proyectos que, quién sabe, el día de mañana se conviertan en empresas. La IA, la facilidad de juntar piezas con no-code, por ejemplo, reunir personas, persuadir, juntarnos para crear valor. ¿De esto va la movida ahora? Y es que, por otro lado, el lado más humano, vulnerable, menos ligado al trabajo en sí, hace que, con lo vivido, podamos aprender juntos qué es eso de gestionarnos, gestionar personas, ayudarlas a crecer, tanto así que, incluso, dejarlas ir. En fin, desde ahora hablaremos de crear y crecer.
Lo que empezó como una nota en la app de mi iPhone hoy se ha convertido en empresa.
Ya te lo adelanté en mis últimas entradas. Estamos cerrando los últimos detalles, con la precisión del que corta exactamente lo que se va a comer —sin demasiada prisa—, concentrado en disfrutar de cada bocado, con la premura de los que buscamos el punto ideal. Así es un pacto de socios: un documento frío como el hielo. Un conjunto de letras, frases, oraciones y párrafos que intentan poner por escrito qué pasa si todo sale mal: si no llegamos a acuerdos, si uno de nosotros muere, si otro quiere abandonar, si queremos forzar a alguien a irse. Si no rinde, si no cumple, si no funciona.
No me gustan las drogas. Creo que, por mi forma de ser, no me sentarían bien; tiendo a ponerme en el peor escenario. Pensar qué puede salir mal forma parte de mí: reflexionar sobre los riesgos y, a partir de ahí, construir posibles finales trágicos (y soluciones) para las cosas que me importan. Creo que cualquier ácido me mandaría a un “mal viaje”, un ticket directo hacia la esquizofrenia. No me hacen falta drogas para volar; ya me evado y enfoco en el mundo lo suficiente como para saber que las cosas pueden ir mal. Los pactos de socios son un espacio ideal para hacer esto.
Algo bueno de poner las cosas por escrito es que, a diferencia de las drogas (esas sustancias que se quedan en tu sangre, tu cuerpo o tus recuerdos), cuando escribes poniéndote en lo peor, eres capaz de soltar. Dejas ese pensamiento con la tranquilidad que da acordar qué pasa si las cosas van mal, liberando “RAM” para enfocarte en lo que debes hacer para que vayan bien.
Nunca te planteas casarte hasta que te planteas casarte. Papeleos, preguntas, un sinfín de cosas. Burocracia, abogados y, también, pensar qué pasa si todo va mal. Acuerdos prematrimoniales dentro de la institución del matrimonio, de la empresa que dos personas deciden hacer con sus vidas. Y pienso yo: ¿hace falta casarse o montar una empresa para hacer este ejercicio? No lo creo. Poner por escrito los posibles caminos, los posibles acuerdos y un modus operandi no solo te da la tranquilidad de saber qué hacer si las cosas no salen como esperas, sino que, sobre todo, te permite enfocarte en crear y construir, sin el ruido constante del “¿y si…?”. Confía en mí: escribe, mucho. Es terapéutico. Te libera.